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Jean Allouch
Para nuestra lectura de Versiones SeXualidad acercamos dos textos de Jean Allouch: Avergonzados  y  Cuando falta el falo


Avergonzados de Jean Allouch
Traducción: Graciela Graham

El  23 de noviembre de 2003, en París, la École Lacanienne de Psychanalyse (ELP) y la asociación Caritig (Centro de Ayuda, de Investigación y de Información sobre la Transexualidad y la Identidad de Género) propusieron, a los miembros de sus comunidades respectivas, una jornada centrada sobre dos cuestiones conexas: "¿Los psi son transfóbicos?" y "¿Lesbianas, gays, bi, trans el mismo combate?" Fue al menos en Francia, la primera vez que se juntaron psicoanalistas y  trans en una misma sala y en una misma tribuna. Hasta entonces los psicoanalistas hablaban de los transexuales (no haber tenido ninguna  clase de encuentro no les resultaba molesto para escribir a propósito de ellos); esta vez: hablaron con ellos. El debate fue abierto por la reciente traducción al francés de Sex Changes (Le mouvement transgenre, changer de sexe, París Epel, 2003) una de las numerosas obras de P. Califia, autor prolífico que escribió tres colecciones de nouvelles: Macho Sluts, No Mercy. Melting Point, firmado como Patricia Califia, tortillera (gouine) cuir. Luego, bajo el nombre de Pat Califia: Public Sexe, una serie de textos sobre el sexo radical, de Diesel Fuel, una colección de poesías y de Sensous Magic, un manual S/M para parejas aventureras y, en fin, bajo el nombre de Patrick Califia otro Sex Change. Es también autor de una colección de artículos titulados Speaking Sex to Power (se habrá captado que es un blanco muy accesible en Google).
Ahora bien los lacanianos, sin embargo, extensamente convocados ese día y siendo tan abiertos al otro -¿no es cierto?- (hasta el punto de admitir dos, sin dificultad) se distinguieron en la ocasión por una abstención caracterizada, que tenía todo el aire de un noli me tangere.
Por lo que a mí concierne, la pregunta se formulaba así "¿Tenía yo la legitimidad para presidir una de las dos sesiones?" Esa pregunta me venía de lejos, exactamente... de Argentina. En efecto mientras daba un seminario en Córdoba, uno de los participantes creyó poder darme en mano una fotocopia de Sex Changes. Concluí que yo era considerado susceptible, en razón de las palabras que había sostenido, de recibir ese regalo notable. Esa persona ha nacido con una malformación congénita médicamente designada como Síndrome de Rokitanski, sin cavidad vaginal y sin útero, pero con una vulva y con caracteres sexuales secundarios bien característicos. Siendo adolescente, su padre consultó a los médicos especialistas, que consultaron a su vez la opinión de una psi, que desde lo alto de su saber, zanjó: ella era una niña, y que se le sea dicho. Solamente que, he aquí que ella se sabía un muchacho -lo que fue seguido por una fuertemente dolorosa y reiterada cirugía-. Pregunta: ¿un psicoanalista está fundamentado para decretar cuál es el género (gender) de alguien? ¿De significar a alguien y a su entorno cuál es su posición en la erótica? ¿A jugar al experto? La respuesta es no y eso concierne a todos y a cada uno. Un psicoanálisis no identifica en un género, si él identifica así, no es un psicoanálisis. Dicho de otra manera: el objeto causa de deseo no se presta a ser representado.

Ese experto, lo preciso ahora, era lacaniano. Su toma de partido compromete a todos y cada uno de los pertenecientes a la misma comunidad. Testimonia que el psicoanálisis lacaniano no ha sabido sostener su lugar respecto del transexualismo. ¿Sostener su lugar? Eso quiere decir mantenerse radicalmente fuera de la medicina y fuera de la pastoral.
La obra de Patrick Califia pone las cosas a la orden del día y no deja de reseñar ciertos relatos donde los psi intervienen no menos intempestivamente que en el caso citado más arriba. Puede ser leída como una lista de horrores cometidos por los psi. El Dr. Harry Benjamin, del que diré más adelante a qué posición sirvió su coraje, a un herético como Lacan y que como él rozó la interdicción  de batallar contra los psi, y esto desde 1953 (Califia, ob. cit., p. 29), el año del "Discurso de Roma". Sin embargo durante medio siglo, no hemos visto acontecer nada, pero nada. Una tal ceguera vale como falta, pero una falta tanto más caracterizada del lado de los lacanianos que no cesan de hacerse gárgaras con la ética. A menudo se preguntan por qué Epel (Ediciones y Publicaciones de la École Lacanienne) publica en Francia a Leo Bersani, Vernon Rosario, Judith Butler, David Halperin, Lynda Hart, Mark Jordan, Jonathan Katz, Elisabeth Ladenson, Gayle Rubin, John Winkler; por qué la revista L 'Unbevue, toma las posiciones que se saben (o mejor dicho que no se saben). Respuesta: para que, al fin, el movimiento lacaniano cese de ser insensible a lo que le es contemporáneo en la erótica. El tiempo dirá qué parte de ilusión vehiculiza semejante apuesta.
Dejo aquí a aquellos que han sufrido los daños señalados de la pastoral lacaniana, la ambigua felicidad de caracterizar como "transfóbicos" a aquellos que han cometido esos daños. Es una provisoria alegría; es cierto, devolverle al mal entendedor su horripilante medicina, de alegremente imitar al pastor médico que él habrá sido. Es entonces ahora su turno de ser diagnosticado. Pero "transfóbico" ¿qué quiere decir? Para responder prolonguemos el gesto, metámonos en la teoría en lo que ella ofrece de más plano, ella viene a indicar que ese experto fóbico no está castrado. De la castración, los transexuales, ellos conocen... Tener que soportar senos, cuando se es un FtM (female to male), un pene cuando se es MtF (male to female) es estar imaginariamente castrado. "Imaginariamente" no quiere decir que no cuenta, ¿no es cierto?
 El traductor al francés de Sex Changes es FtM. El azar ha querido que uno de nuestros encuentros haya tenido lugar justo después de la operación que lo liberaba de sus senos (estaba prevista luego una vaginoplastía). Entonces me saltó a la cara, en Patrick Ythier (se trata de él) ese día una felicidad tan radiante, que no me quedó más que darme cuenta de que jamás había visto tal cosa en ningún psicoanalista lacaniano. Yo tuve entonces una vergüenza, una vergüenza de Jacques-Marie Lacan, quien recibiendo a un transexual para su presentación de enfermos, tuvo palabras que no desearía reproducir, vergüenza de mí mismo por haber tornado tan tarde la posición que aquí digo, vergüenza del movimiento freudiano. No, yo no tenía la legitimidad para presidir la primera sesión de un coloquio que reunía trans y psicoanalistas, eso estaba claro.
David Halperin cuenta esta ocurrencia: luego de haber festejado alegremente la gay-pride, los gays se encuentran y se dicen: "Bueno, ya es suficiente, ahora, es el gran tiempo de volverse vergonzosos" Ha organizado recientemente, en Ann Arbar donde enseña, un importante coloquio sobre la gay shame de la que se espera su próxima publicación.
¿Pero qué ha pasado para que hayamos llegado los psicoanalistas allí, para que los psicoanalistas se encuentren en tan desastrosa posición? La frase decisiva de Harry Benjamin se encuentra en la página 53 de la obra de Pat Califia: "¿Si por caridad o en nombre del buen sentido, no podemos modificar la convicción (de que hay error sobre el sexo) para adaptarlo al cuerpo no deberíamos, en ciertas circunstancias, modificar el cuerpo para adaptarlo a la convicción?" Que yo sepa, nadie afirma que así se encuentren resueltas todas las cuestiones planteadas por los transgéneros. Pero tampoco nadie puede dudar de que la vía así abierta ha aportado a los trans un alivio, cuya medida exacta es dada a contrario, por el grado de encierro en el cual los psi los mantienen, sobretodo llamándolos psicóticos (y eso continúa).
Según mi experiencia es felizmente rarísimo, entre los lacanianos, hacer de un analizante, cuando se habla de éste públicamente (sí, se lo hace ¿pero con qué beneficio? o ¿en provecho de quién?), el objeto de mofa o de burla general. Es, sin embargo, lo que aconteció en esa poca afortunada presentación de enfermos que evocaba más arriba. Eso debería haber alertado. Alertado ¿sobre qué? Sobre el hecho de que es toda la empresa llamada "psicopatología" la que se encuentra de este modo recusada. Todo pasó como si Jacques-Marie Lacan hubiera olvidado su ternario, y gracias a ese olvido, salió de su bolsillo la vieja "realidad", la misma que su ternario recusaba. Y las cosas siguieron su curso. ¿No fue bello, en efecto? Freud, tratándose de psicosis, había hablado de “pérdida de realidad", y he aquí alguien en quien esa pérdida de realidad aparecía de la manera más patente, alguien que, digámoslo, no quiere saber nada de la realidad de su género tal como lo determina "necesariamente" su cuerpo propio. Tenemos regocijada el alma de Freud y nuestra teoría confirmada. Se deja de lado fácilmente que en otra parte, sin que incluso lo sepamos, gracias a Dios, se pagarán los platos rotos, se pagará el precio.
La psicopatología como la psiquiatría, se funda sobre "el poder que detenta la medicina de decidir el estado de la salud mental de un individuo" (1). Ya en 1954, en su introducción a la obra de Ludwing Binswanger, Le Revue de l'existence, Michel Foucault denunciaba la propensión de los psiquiatras a "considerar la enfermedad como un proceso objetivo y al enfermo como una cosa inerte donde se desarrolla el proceso" (2). Por poco que a la luz de esos señalamientos se relean los clásicos de esas dos disciplinas y también de un buen número de textos "psicoanalíticos" se revelará hasta qué punto (y en qué punto estratégico las opiniones sostenidas) el término "proceso" e incluso "desarrollo" hacen su aparición en forma reiterada. Esto llega a veces a convertirse en un verdadero tic de lenguaje. Es como si la discusión del problema del "proceso" tratado por Lacan en su tesis (3), como si el paso de costado que fue operado entonces con relación al proceso no hubiera producido prácticamente ninguna consecuencia. Ese paso al costado debía conducir a Lacan a Freud (donde florecía sin embargo el "proceso psíquico"). El proceso es una de las cuestiones gracias a las cuales alguien se permite saber qué es la salud mental de otro. Si el psicoanálisis tiene un interés, un alcance, una incidencia, en una palabra una especificidad, no puede ser otro que el de abstenerse radicalmente de ejercer ese poder sobre el que se fundan la psiquiatría y la psicopatología Al psicoanalista se le otorga un poder que no ejerce, salvo si abandona su función de psicoanalista.
Ahora bien "el transexualismo" (aquellos que están frontalmente concernidos prefieren hoy hablar de "transgénero" -transgender,transgenderism-) ofrece al psicoanalista una irrefutable prueba de su extravío en la psicopatología. Otro "prejuicio" de esta disciplina con la que los psicoanalistas flirtean, sin incluso saber por qué, es que a cada "estructura" clínica (como se las llama) corresponde una cierta configuración libidinal, una cierta manera de posicionarse de la libido de estos individuos, así categorizados. Eso será, entonces, verdadero para los neuróticos (se enseña, castración), para los perversos (se enseña, denegación), para los psicóticos (forclusión). Y los transexuales se alojarán, con algunos matices diferentes en el caso de los psicóticos. Todo está entonces de lo mejor y en el mejor de los mundos clasificatorios. Sin-embargo aparece una objeción, ¿cuál? Consiste en el hecho de que aquel que quiere atravesar la barrera de los géneros, construida culturalmente y convertirse en lo que él/ella es, a saber un hombre, una mujer, puede desearlo con una intención muy diferente que otro que sin embargo, emprende el mismo camino. Se puede querer cambiar de sexo para al fin poder asumirse como gay  (FtM), lesbiana (MtF), bi (FtM,MtF), hétero en el sentido de ser buen papá (FtM) o buena mamá (MtF). Se dice que esto ha sucedido. Dicho de otra manera, y en esto precisamente reside la objeción, en esto reside la lección que, saco de esta variedad, el cambio de sexo, tal como lo problematizan los trans, no tiene nada que ver con los emplazamientos de la libido. Por consecuencia se admitirá que el transexualismo no podrá ser en ninguna ocasión una categoría psicopatológica. Es de otra cosa que se trata. ¿De qué? Usemos la palabra: ontología, de una manera de abordar la pregunta "¿Quién soy?", o aun, según la última enseñanza de Foucault, "de tener cuidado de sí".

No puedo concluir mejor que dejándole la palabra a Pat Califia, en una de sus instructivas anécdotas, que él sabe relatar tan bien: "Romper los prejuicios es el trabajo de toda una vida. Recientemente tuve una experiencia muy instructiva. He descubierto que una de las damas que frecuentaba desde hace largo tiempo, era transgénero. Ese descubrimiento, me dio pena, pues me gusta creer que mi sistema 'radar' localiza bien tanto a los trans, como a los gays. Ella no tenía la intención de mentirme: pensaba que yo ya lo sabía. Dado todo lo que había hecho para informarme sobre la transexualidad, pensé que eso no haría ninguna diferencia. Pero me encontré sorprendida (en femenino, este relato es del tiempo en que Patrick era Patricia) al mirarla de forma diferente. De pronto sus manos me parecían demasiado grandes, su nariz rara, ¿y qué decir de la nuez de Adán? ¿No tenía una voz un poco grave para una mujer? ¿No era terriblemente autoritaria, exactamente como un hombre? ¡Y, mi Dios qué peludos eran sus antebrazos! Cuando me sorprendí pensando esto, reí aunque había un poco de tristeza en mi risa. La transfobia es muy difícil de erradicar. El género no es solamente un problema teórico o político. De todos los temas 'personales entonces políticos', este es el más personal de todos. El miedo a los transexuales está en cada uno directamente ligado al miedo a su 'yo' de sexo opuesto".

* El siguiente artículo fue publicado en el Periódico Imago Agenda. Nº 93, septiembre 2005 Pág. 3, 4 y 17.
Notas:
(1)  Michel Foucault "Le monde est une grand asile", en Dits et Ecrits, Galimard, París,1994.
(2) París, Desclée de Brower, 1954. p 104. Ver también Dits et Ecrits. Debo alrecuerdo de esas dos referencias Jacques Lagranges, "Situación del curso" en Michel Foucault. El poder psiquiátrico, Curso en el Collage de France 1973-74, FCE, Buenos, Aires, 2004.
(3) Discusión que mantuve a mi turno en Marguerite, ou l'Aimée de Lacan, 2da edición, Epel, 2003.

Comentarios:
- J.Allouch hace referencia a la presentación de enfermos. Ver caso Corinne, 27 de febrero de 1976.
- En relación a este artículo, Allouch remarcó: “No necesito clasificar gente” (UBA conferencia del  26-10-05) Insistió, también, en que los analistas no leíamos a Michel Foucault, tal vez porque no estaba indicado. No obstante, sugería adentrarse en la lectura del autor, puntualmente, y en esta conferencia citada, nos reenvió a “El poder psiquiátrico”
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Cuando el falo falta...

Jean Allouch


Una adivinanza inapropiada
Si me lo permiten, empecemos con una adivinanza, inventada especialmente para hoy: ¿Cuál es la diferencia entre un elefante y el objeto petit a?
Tranquilícense, esta adivinanza no contiene la conocida trampa que adoran los niños y que consiste, después de que el interlocutor se ha devanado los sesos sin dar con la respuesta, en decirle un tanto maliciosamente:”No hay diferencia, porque...” Y en invocar de inmediato cualquier rasgo de similitud entre ambas cosas aparentemente tan dispares. En la adivinanza que he planteado, no hay tal golpe bajo, lo cual no quiere decir que no haya trampa. Hay una trampa, pero la trampa en este caso, tiene de particular que llega a destruir a la adivinanza misma.
¿Cúal es la diferencia entonces entre un elefante y el objeto petit a? Imagino que alguno de los aquí presentes han oido hablar del objeto petit a, y que por lo tanto para ellos la pregunta tiene un sentido. En cuanto a los demás, su ignorancia no es grave, ya que precisamente he fabricado esta adivinanza para introducir ante ellos el llamado “objeto petit a”
Para ayudarlos a que respondan, puedo señalarles también que para el elefante está aquí casi por casualidad. Hubiese podido ser cualquier cosa, una mujer por ejemplo, a la que no evoco sino porque una mujer, en todo caso en oriente, tiene una notoria relación con el elefante. A decir verdad, escogí el elefante porque figura en grandes  dimensiones en la tapa de un seminario de Lacan, al menos en la versión francesa publicada por Seuil. Figura allí, porque se pretendió subrayar, Dios sabe por que, algo que Lacan dice en ese seminario, lo que Hyppolite llama “una lógica hegeliana”, es decir, esa función que tendría las palabras, los nombres, de convocar las cosas, de hacerlas presentes:
“ Por otra parte, es evidente, basta con que hable de ellos, para que gracias a la palabra elefante, no sea necesario que estén aquí para que efectivamente estén aquí, y sean más reales que los individuos elefantes contingentes”(1)

El elefante está “verdaderamente allí” gracias a la nominación, más presente que el que ustedes van a ver en el zoológico, con mayores consecuencias para sus vidas, mientras que el del zoológico se pasa el tiempo dormitando. ¿Lo han notado?¡Es increíble el tiempo que los animales consagran al dormir! En las reservas es más visible que en el zoológico, uno esperaría verlos como en el cine, brincar, retozar, cazar, comer, copular, pero no: duermen, o bien están ahí en su Dasein, los ojos semicerrados, sin hacer nada durante horas y horas. Sin duda que nosotros, en tanto mamíferos humanos, somos una excepción e incluso, dada nuestra actividad, algo  completamente anormal. Bueno, no voy a proponerles detener aquí esta exposición y que vayan a dormir la siesta, los organizadores no estarían contentos y quien sabe, tal vez tampoco ustedes.

Volvamos entonces a nuestro elefante presente aquí mismo. Una historieta del mismo orden le sucedió a Wittgenstein al contestarle a Russel. En su curso de Cambridge, Russel estaba diciendo, como una evidencia, que no había rinocerontes en la sala de clases. Wittgenstein era un alumno, lo que quiere decir que no le dejaba pasar nada a su maestro, que no toleraba en aquél, la menor aserción que no estuviera probada (nada que ver con los alumnos de lacan que como lo decía recientemente Philippe sollers, habían encontrado la solución para dormir durante el seminario, enchufaban sus pequeños grabadores mediante los cuales odían dejar para más tarde su comprensión de lo que decía Lacan y quizá ustedes lo saben, todavía esperamos ese más tarde). Wittgenstein pues, que no tenía grabador, se levantó para decir: “Pruebe que no hay un rinoceronte en la sala!” Russel, entonces, invitó a todos a que miraran debajo de los bancos, debajo del escritorio magistral, a que abrieran los placares, pero no consiguió nada, ¡no logro persuadir a Wittgenstein de que hubiese probado que no había rinocerontes en la sala! Y todos al final de esa sesion memorable salieron descontentos, al no haberse hallado ningún consenso, un poco como la policía en “La carta robada” de Poe, descontenta por no haber puesto las manos en la carta tras haber inspeccionado sin embargo todo el lugar.

Lacan decía algo más que Wittgenstein al enfrentar a Russel, no planteaba solamente que no estaba probado que no hubiera un elefante en la sala, decía que había uno desde el momento en que el nombre de “elefante” era articulado.

Por supuesto, a partir de allí, ustedes pueden preguntar en dónde localizar entonces ese famoso elefante, una pregunta muy natural, en la India, donde funciona la noción de avatara, avatar. Las posibilidades son numerosas; puede ser, por ejemplo, si hay aquí una pareja heterosexual (como todavía se dirá por algún tiempo), el macho de la hembra, basta para ello que ese macho se comporte como el cristianismo pretende que lo haga, es decir que coja a su hembra únicamente con el fin de tener niños. El cristianismo en efecto hizo de la sexualidad del elefante, que solo copula una vez cada cinco años y únicamente para pocrear, el modelo de la sexualidad humana.

Cual es entonces la diferencia entre un elefante y el objeto petit a? Tal vez sospechen ya que estoy a punto de destruir mi adivinanza. Volamos a formularla: ¿acaso lo que acabamos de decir sobre la presencia real del elefante invocado por su nombre es igualmente válido para el objeto petit a? Si fuera así, no habría diferencia, esa sería la respuesta, “los habría pescado”, como se dice en los curso de escuela primaria y ustedes estarían un poco disgustados conmigo. Salvo que justamente no es así. Según Lacan en este seminario, si digo “elefante”, lo hago presente (se ha llegado a creer  incluso que era re-presentado, a lo que Freud llama Vorstellung); pero si digo “objeto petit a, ¿qué pasa? Se presentan varios casos. Distingamos cuatro de ellos.

-Están aquellos que están al corriente y para los cuales esas palabras evocarán un cúmulo de cosas, horas y horas de trabajo sobre los textos de Lacan, sesiones de análisis, experiencias personales, cualquier cosa, ya que de todas maneras se hallarán tratando al objeto petit a como al elefante y por eso, habrán pasado de largo ante el objeto petit a.

-Estan aquellos que escucharán estas palabras por primera vez y que sin preocuparse por lo que verdaderamente quieran decir concluirán que, sin duda, otros lo saben. Su posición, mediante ese desfasaje, esa referencia a un supuesto saber, no es esencialmente diferente de los primeros.

-Están aquellos que se detendrán en las palabras mismas: “objeto” , “petit” (que plantea un temible problema de tradución en castellano ya que pequeño no es adecuado, ni tampoco minúscula (si se dijera “objeto a minúscula”refiriéndose a la letra)) y la letra “a”. Podemos desearles mucho placer si intentan poner todo eso junto. En verdad podrían consagrar sus vidas a ello, no obtendrían nada bueno porque su mismo recorrido consistirá en poner juntos tres elefantes, o tres rinocerontes, o un elefante, un rinoceronte (para seguir con Ionesco) y una mujer, o tres cosas  cualesquiera porque de todas maneras sólo podrá tratarse de representaciones, mediante las cuales ellos también dejarán escapar el objeto petit a.

-¿Y entonces? Hallaremos una salida, que sería el cuarto caso, diciendo que a diferencia del elefante, el objeto petit a  no representa nada?; decir que proferir su nombre no hace presente nada en la sala deja escapar también al objeto petit a puesto que esa misma nada tampoco se sustrae a la representación.

Por lo tanto, no hay mas que una sola manera de responder a la adivinanza, y es destruyéndola, al igual que Wittgenstein decía que la mejor manera de resolver una cuestión filosófica era encontrarse en una posición  tal que aquella no se planteara. Preguntarse cuál es la diferencia entre el elefante y el objeto petit a es introducir el objeto petit a en un juego de diferencias, en un juego simbólico por lo tanto (recordarán a Saussure: “en la lengua, no hay más que diferencias”) y es justamente lo que no es posible.
Dicho de otro modo, mi pequeña adivinanza, por el hecho mismo de ser planteada, descarta, bloquea, impide toda posibilidad de respuesta. No es por lo tanto una adivinanza, más vale tirarla a la basura junto al papel en el que fue escrita.
Ustedes pensarán: ¡Valía en verdad la pena que se molestara en inventar una adivinanza y que nos la trajera como un regalo si, al final, esa adivinanza estalla!


El fin de la heterosexualidad
Felizmente, no es exactamente así. Ya no estamos completamente al comienzo de esta exposición. Digamos que ustedes ahora sospechan, al menos eso espero, que Lacan pudo decir que su objeto petit a no era un objeto, ¿un objeto representa nada? Tendríamos otra respuesta a la adivinanza y, lacanianamete hablando, esa respuesta sería la correcta. Salvo que hay un problema, que esa “nada”, en tanto que nada, ya es algo, tal como ustedes pueden palparlo cuando alguien les dice, la mayoría de las veces quejándose: “No puedo hacer nada” No piensen que haraganea. ¡Hace esfuerzos para lograr no hacer nada, es decir hacer nada, hacer la nada! Puesto que es como nosotros, no es como nuestros primos mamíferos que, al parecer, no hacen nada sin ningún esfuerzo especial. En una palabra, es en el sentido del Gegenstand, de lo que se pone delante, pero tampoco una letra, no habiendo sido la letra a minúscula tomada sino como la primer del alfabeto y porque hacia falta una para poder indicar algo de lo cual fundamentalmente no se puede hablar, algo fuera del campo del lenguaje, algo que por lo tanto se escapa desde el momento en que se intenta apresarlo con el lenguaje, un poco, si ustedes quieren, aun cuando la metáfora por supuesto tambien sea engañosa, como esos frescos romanos en las catacumbas, que se borran apenas se deja se deja entrar aire y luz en las cuevas para poder contemplarlos (eso esta en Roma de Fellini) Lacan toma entonces esa letra a minúscula como la primera que llega; la toma como una antorcha en el fuego, sabiendo que no podrá sostenerla con la mano y que si estuviera la piel curtida de un albañil y lograra agarrarla, y bien, eso sería aun más errado.
En una palabra ese objeto petit a no es un objeto, ni una letra, ni una calificación tipográfica de esa letra, ni tampoco “nada”. Vale decir, su nombre es ya su perdida, nombrarlo ya es perderlo.
Imagino la insatisfacción de ustedes: ¿en qué zona, a qué aguas turbias y hasta qué místicas nos conduce, dirán ustedes, con su objeto petit a que ni siquiera podemos llamar objeto petit a? Por cierto que no está en mi poder calar esa insatisfacción, pero al menos puedo aportar un remedio cuyo estatus sería paliativo antes que verdaderamente farmacéutico. Puedo indicarle algo que hizo Lacan en 1963, que es una operación de lo mas extraña, todavía ampliamente desatendida, cuyas consecuencias no se ha terminado de medir: la destrucción, de hecho, de la heterosexualidad.
Hay que decir que su público no se dio cuenta de nada y él mismo no formuló la cosa tan explícitamente como yo se los digo..¿Y cómo puedo yo, casi cuarenta años después, o apenas cuarenta años después (lo que ustedes prefieran) ser tan claro?  Es que entre tanto sucedió algo, principalmente en los países anglosajones, pero señalemos que proveniente de personas que, por una parte veían calificada su sexualidad como fuera de lo normal, que eran insultados, golpeados, condenados y a veces incluso asesinados por ello y que, por otra parte eran lectores atentos de un determinado número de intelectuales franceses: Foucault; Derrida, Deleuze, Lyotard, Lacan.
Foucault, sobre todo, era tenido en cuenta y todavía lo es. En especial porque , como historiador levantaba una serie de maldición que pesa particularmente sobre el sexo, pero también sobre el psicoanálisis y que se llama esencialismo. El psicoanálisis lacaniano fanfarronea gritando alto y claro que no es una psicología; al hacerlo, sólo olvida una cosa y es que también toma ampliamente de la psicología  un esencialismo  casi incorregible. Con Freud comenzó ese prejuicio, si no esa creencia, según la cual las cosas del  alma, de la psyché, cualesquiera fueran, serían las mismas “en todos los tiempos y en todos los lugares”. La formula le pertenece a Charcot, quien creía que ese era el caso de la gran crisis de histeria; esto ocurría en el momento en que las histéricas se burlaban de él, ofreciéndole, en cada presentación de enfermo, exactamente la crisis que el había descripto y que su público mundano esperaba. Charcot (el de la histeria) encarna perfectamente la formula de Lacan según la cual “El maestro es un boludo” Felizmente la histeria, bajo la forma de la historia, interviene en ese esencialismo, un poco como un elefante en un bazar, ocasionando no pocos estropicios. Ahora bien, Foucault llamó constructivismo a lo que resulta de tener en cuenta variaciones que describe la historia allí donde se creía que existían entidades estables, siempre idénticas. Y fue pues en la línea de esa refutación constructivista del esencialismo platónico que se percibió que términos como “homosexualidad”, “perversión”, “heterosexualidad” no describían realidades eternas, esencias (eidos), sino que habían sido fabricados en una ocasión determinada, por determinadas personas y con determinados fines que la sociedad entera adoptaba al adoptar el vocabulario propuesto.
Sociológicamente, entonces, los gay and lesbian studies fueron los primeros que, hace mas de veinte años, empezaron a demoler concepciones que se creían sólidas como rocas. Y sin duda, si no hubiera tomado conocimiento de estos trabajos, yo nunca hubiese podido leer el seminario de La angustia como lo voy a señalar ahora.
La operación a la cual me voy a dedicar podrá parecer reivindicatoria para los gays y la lesbianas que han inaugurado ese camino. Si fueran a verlo así les ruego que me disculpen. Pero los textos están allí, y no les digo que Lacan destruyó en 1963 el concepto de heterosexualidad sino porque ustedes pueden verificarlo. No podemos más que agradecer que los gay and lesbian studies nos hayan permitido darnos cuenta de ello, actuando como un revelador fotográfico sobre el texto de Lacan; tampoco dejamos de agradecer que estos trabajos hayan alcanzado o estén por alcanzar “los aparatos ideológicos”, como los llamaba Althusser, mientras que la ruptura de Lacan en 1963 seguía siendo más bien confidencial. Pero ese hecho no anula que, en La Angustia, se hay terminado con la heterosexualidad. Para hacerlo palpable, tenemos que volver a nuestro innombrable objeto petit a


El falo como objeto petit a
Les decía que en La Angustia Lacan realiza algo bastante extraordinario desde el doble punto de vista clínico y teórico. Este emplazamiento se realiza, si no en dos tiempos, por lo menos en dos movimientos que podemos distinguir, debido a que no son de la misma hechura. Por una parte, subsume bajo el termino de “objeto petit a” (que inventa en enero) un determinado número de objetos un tanto particulares que ya el psicoanálisis había señalado como puntos de focalización del erotismo, de la libido, especialmente el seno, las heces, la mirada (a los que él añade la voz); y por otra parte, segundo movimiento, incluye en esa lista al falo; pero bajo una forma particular, específica con relación a los demás objetos petit a, ya que el falo accede al estatuto de objeto petit a en tanto que falta.

Esto no es en absoluto evidente. E incluso puede contrariar el sentido común, la opinión según la cual no hay cogida si el falo falta. Por cierto, eso no es falso. No hay cogida sin falóforo, sin un portador del falo, ya sea ese portador anatómicamente hombre o mujer (puesto que, como ustedes saben, el falo no es solamente lo que se presenta, en su magnificencia, en la forma del pene en erección, puede ser un látigo, un niño, mil cosas más. Mediante las cuales una anatomía de mujer puede perfectamente funcionar como falófora).
¿Cómo se constituye el falóforo? Se convierte en ello al estar en relación con un objeto que despierta su deseo. Y llamaremos a ese objeto el castrador, puesto que desde Freud es sabido que no hay deseante sino por la castración.
Hasta ahí, estamos casi de acuerdo con el sentido común, salvo que el sentido común imagina que el castrador le corta el falo al falóforo, cuando lo que sucede es exactamente lo contrario, al menos en ese momento llamado Vorlust , el goce preliminar. Pero el coger no es simplemente eso: una simple co-presencia del falóforo y el castrador. Uno y otro, cada uno en su lugar, cada uno en su función, se dirige hacia algo que no basta con llamar orgasmo porque hace falta decir también cómo y cuando sobreviene ese orgasmo, por qué razón y con qué resultado.
Aquí ingresamos en un terreno muy apropiado para justificar a Borges cuando definía al psicoanálisis como “la rama erótica de la ciencia ficción”.
Por lo tanto, para llevar un poco mas lejos su teoría del coger que allí donde se interrumpen las escenas de cogidas que nos proponen el cine o Madame Bovary, Lacan se basara en las primeras observaciones de Freud concernientes a las neurosis actuales, y más especialmente la neurosis de angustia. Freud vinculaba esa angustia con el coitus interruptus dentro del campo de lo patológico, por el contrario, lo generalizará, diciendo que siempre el falo desfallece, que el falo nunca alcanza el goce del otro al coger, y que por lo tanto, en el coger, no hay “conjunción orgásmica (3) de los goces”.
Uno de los argumentos capaces de sostener semejante declaración es la equivalencia, que establece él también, entre angustia y orgasmo. Esa equivalencia le permite volver a poner en juego el vínculo, advertido por Freud, entre angustia y coitus interruptus.
Con Lacan, ese vínculo se recobra pues como vínculo del orgasmo y del desfallecimiento del falo al no alcanzar nunca el goce del otro; tampoco el falóforo, por eso, tiene acceso a ello.


La angustia o el fin de la heterosexualidad
Ahora es posible decirles por qué puedo afirmar que Lacan en La Angustia, destruía la noción de heterosexualidad. Le hacía falta una razón sólida para sostener que el falo, en el coger, intervenía esencialmente como desfalleciente y por su desfalleciemiento. ¿Cuál? Esa razón se basa en a observación de que el sujeto deseante sólo es deseante en tanto que apunta, no unicamente a gozar, sino a hacer ingresar su goce en el lugar del Otro (5), lugar donde se inscribe toda cosa que se inscribe. Y entonces adquiere toda su importancia la identificación del falo como objeto petit a.
Porque justamente, en tanto objeto petit a, el falo no es inscribible, como lo indicaba nuestra adivinanza. Es decir que en verdad hay una alteridad en juego para el sujeto deseante, y por otra parte, no se ve cómo podría ser de otro modo, solamente allí se advierte que el goce llevado adelante por el deseo no lo alcanza, haga lo que haga el deseo para inscribirlo.
Es decir, queda excluido poner juntas una palabra que expresa alteridad, como la palabra griega heteros, y una palabra que expresaría goce, como la palabra “sexualidad”. Conclusión no hay heterosexualidad.
Lo cual se demuestra también por el absurdo, como a veces lo hacen los matemáticos. Si existiera una heterosexualidad, el Otro sería sexuado, lo que a pesar de todo ningún psicoanalista, ni siquiera lacaniano, se ha atrevido a decir. Hay que apelar a Jung para intentarlo. A través de lo cual, por otra parte, el psicoanálisis sería un pan-sexualismo, a lo que, como ustedes saben, Freud se opuso claramente condenando a Jung.
Y puesto que también estoy aquí para incrementar el interés de ustedes, ya tan grande, por la cultura y la lengua francesa, permítanme concluir con alguien a quien sin duda conocieron desde la escuela primaria, a saber, nuestro La Fontaine nacional. Ocasionalmente La Fontaine se sirvió de un uso curioso, aunque válido, de la palabra empêcher (impedir) que, en ciertos casos, quiere decir coger. Je suis empêché (literalmente: “estoy impedido”), significa: “estoy cogiendo”. La Fontaine entonces, en dos alejandrinos, le da la palabra a una mujer, sin duda una cortesana, que cogía con un tipo mientras otro esperaba su turno (“Al siguiente” cantaba Jacques Brel). En esa escena representada por estos dos versos entenderán cómo el otro precisamente no es alcanzado en el coger, cómo está en otra parte, cómo por lo tanto no podría haber allí hetero-sexualidad. La cortesana, en efecto, declara:

Et tandis que je suis avec l´un empêchée
Láutre attend sans mot dire et séndort  souvent (4).

(Y mientras estoy impedida (cogiendo) con uno
El otro espera sin decir palabra y muy a menudo se duerme)

Eso es todo. Solamente deseo no haberlos adormecido demasiado.

Conferencia dictada en la universidad de Córdoba, Argentina; el 5 de abril de 2000

Notas:

(1) Jacques Lacan, Libro 1: Los escritos técnicos de Freud; Editorial Paidos, 1981. Bs.As. P.264
(2) “Una sala donde habla Lacan rápidamente se torna una asamble de durmientes. Como terminaron dándose cuenta de que no entendían nada, llevaron sus grabadores; los micrófonos cuelgan de los altoparlantes como muletas. Esperan que algún día sus tímpanos se abrirán (Philippe Sollers, Hommage á Lacan” Magazine Litteraire; nro fuera de serie: Freud et ses hérities, I´aventure de la psychanalyse, marzo de 2000)
(3) ¿Un neologismo de Lacan? ¿O bien un error de transcripción? Al conservar la palabra, optamos por el neologismo.
(4) J.Lacan: Lángoisse, sesión del 13 de marzo de 1963. Seminario inédito
(5) Citado por Julian Teppe; Vocabulaire de la vie amoureuse, Paris, Roger Maria éd.;p.99.

Texto extraído de "Grafías de Eros" Varios autores.
 págs. 199/210

Edelp Bs. As. 2000

Selección: Vanesa Guerra
para http://www.con-versiones.com.ar
noviembre 2005

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